20 años sin José María Párraga

EL EXTRAÑO PINTOR

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Virgen de la Fuensanta

Técnica mixta sobre cartulina (Rotuladores y barniz coloreado). 54 x 39 cm. Año 1992.

Colección particular

Párraga aceptó el encargo de este tema religioso, rarísimo en su repertorio, por amistad con los clientes. Al entregarlo, les comentó que no recordaba haber pintado antes "una Fuensanta" y que le había encantado la experiencia. Solo hemos encontrado un par de murales sobre tabla, uno de 1977 (ver), que conmemora el 50 aniversario de la Coronación, y otro de 1997 (ver), inacabado, que evoca la Romería.

En la última década de su producción Párraga deja atrás su etapa más depresiva y consigue un control emocional que se refleja en su obra. Su boda, el nacimiento de sus hijos José María y Roxana, el encargo, por parte de "La Comunidad", de una impresionante exposición de pirograbados para San Esteban (La Verdad. 1-II-1990), un cierto reconocimiento público a su labor... traen la estabilidad tanto tiempo buscada, estabilidad que se refleja claramente en su obra.

Atrás quedaron los desquiciantes trazos quebrados y las obras resueltas nerviosamente, a base de líneas casi siempre rectas. La curva se recupera, y la madurez y la serenidad se palpan en la abundantísima producción de estas fechas.

Como era frecuente en esta última etapa, utiliza rotuladores gruesos para crear las líneas esenciales, y otros más finos para los detalles y sombras. Luego añade el color, diluyendo el pigmento -acrílico u óleo normalmente- en abundante barniz sintético y lo aplica a brocha sobre el dibujo en grandes y transparentes manchas. Además, las tenues líneas de los rotuladores, con frecuencia muy gastados, se protegían y acentuaban con el efecto del barniz. "...meto el color pero transparentándose la línea del dibujo". (La Verdad. 25-XI-1978)

La composición, con su barroquismo característico, ocupa toda la superficie, pero desplaza ligeramente a la Virgen a un lado para dar un mayor protagonismo al Niño.

Las manos dividen el espacio horizontalmente en dos mitades idénticas, y sorprende su tamaño no muy desproporcionado, sin duda para no desviar la atención del espectador que se debe centrar en la mitad superior, en los rostros, rodeados conscientemente de un color cálido y luminoso (captando así el dorado barroco del camarín que le sirve de marco descentrado).

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